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  • Foto del escritorPatricia Lugo

Sorbos picantes

Despiertas en una habitación completamente diferente, letreros con caligrafías que no entiendes, humo, un ir y venir de la gente, agobio delirante e interesante, risas de niños y calles con lodo que fascinan, bienestar momentáneo que disfraza las sensaciones en explosiones de felicidad acompañados de nervios y pelos erizados de vivencias, suciedad y caos vial que alegra los pasos al dar.


Tailandia 2018, el lugar al que siempre regresaré mentalmente, ese lugar que cuando mi vida encuentra un caos, cierro los ojos y me encuentro en esa paz que transmite, enamorada de este país por su gente, por su amabilidad, por su comida, por que me ha transportado a un mundo diferente en el que el caos es el amor pleno y la felicidad.


“Hace falta muy poco para ser feliz” frase trillada, repleta de verdad, que pocas veces se comprende.


Placer de viajar y una dosis de extraños momentos que te llevan al éxtasis, te encapsula en el tiempo y te vuelve tan estúpidamente feliz. Un lugar que acaba con tus sensaciones y agobios por ser tan autentico, tan natural así es, así es...


Bombardeos de ideas para un lugar de ensueño, estupidez de letras que no hace más que tratar de expresar el tormento de sensaciones, que da como resultado la visita de este lugar y el dejarse llevar y dejar que los sentidos sólo hagan eso, “sentir”


Si quisiera explicar un viaje de Tailandia, redactaría exactamente lo que hice paso a paso, pero concibo que esa experiencia es tan personal, tan mía, que no quiero permitirme expresarla, creo que cada uno es libre de imaginarse y tener la oportunidad de querer vivirla y descubrirla bajo su propio juicio y visión.


13 de agosto del 2018, ese día la vives mental era tanta, que abrí los ojos aquella mañana con ganas de más, encendía la luz e iba a la ducha como cada día rutinal. Preparada para bajar, abría la ventana de la habitación, entramos al ascensor y un aroma roía todas las paredes, un aroma tan penetrante, tan fuerte, que con extrañeza me preguntaba qué era, era algo jamás olido, curiosidad total por entenderlo, por saber qué era aquello que cubría en un manto aromático todo el hotel, ese único aroma que captaba la atención de cualquiera.


Un fruto ovalado y grande, del tamaño de un melón o papaya, con una cascará muy gruesa de color verde pistacho, con muchos picos al exterior y una carne de color amarillo que, a simple vista lucia suave, brillante por dentro y rugoso por fuera; Es un fruto que no pasa desapercibido. Descubría que era algo llamado “durian”. Salir del hotel con este olor impregnado, no era ninguna gracia, penetraba todas las fosas nasales de un aroma un tanto dulce y vomitivo, francamente es que, para ser un aroma, es un tanto divertido, y que, para cualquier humor mexicano, hubiese sido un momento de burla y risa; si así somos, le buscamos lo gracioso a todo.


Después de algunas visitas, a eso de las 12:00 hrs, una mente como la mía, que adora comer, sólo pensaba en dónde sería, llegamos a una zona llamada Samram Rat en Bangkok, el cual aguarda uno de los lugares más peculiares de la comida tailandesa, y es que recuerdo perfectamente habernos apuntado en una lista con papel y lápiz, a eso de las 12:30 horas y comenzar a comer hasta las 16:43. Un lugar humilde, de paredes de azulejo azul, contrastado por un color crema, mesas sencillas, recuadros pegados por las paredes, un refrigerador vertical que se asomaba con algunas bebidas, y la cocina era nada más y nada menos que un anafre con carbón al exterior, colocado en una esquina a un lado de la calle, en donde el wok hacía lo suyo. Si encontrase una mejor traducción, el lugar físicamente era sin duda “una taquería tailandesa”, sólo que, en lugar de vender tacos, lucía el resultado del manejo excelente del wok.




Sorprendente es Raan Jay Fai, si pudiese volvería una vez más y no por el morbo, si no por que este lugar asoma en sus paredes el esfuerzo de muchos años de cocina, la disciplina del buen comer, y la humildad en sus procesos. Es el ejemplo perfecto, de que la cocina se hace bien en muchos lados. Disculpen mi insistencia en este lugar, pero me dejo anonadada por todo su complejo, me llevo a pensar en aquella taquería de mi abuelo Rafael Flores y mi abuela Consuelo Salinas, pero convertido en otro territorio, con otras costumbres, otras tradiciones, otros platos. Sin duda son lugares que dejan huella, que tienen alma y que se han hecho de un esfuerzo inimaginable de una cocina autentica.


De pronto un sorbo que me hizo ver las estrellas entro suavemente por mi boca con una calidez que de pronto se transformo en un mar de sensaciones igualada a un cuchillo con miel que penetraba por mi garganta; hería, pero me atraía, sentí cada paso que dio ese sorbo hasta llegar a mi estomago, mientras que mis ojos miraban a un punto fijo y de pronto dejaban de ver, se nublaron haciendo que mi sensación se enfocase únicamente a ese sorbo, a ese trago de sopa que bebía; La cabeza generaba un dolor y mis orejas estallaban, una lagrima derramaba mis ojos, mientras mi estabilidad visual trataba de reincorporarse, el sabor permanecía, un picor que mataba, pero gustaba. Esa calidez que hería y que saboreaba con tanta crueldad y felicidad, que sin duda alguna significaba un momento de bipolaridad en mí.


Sudaba...


Una mezcla de sabores que quedaban en el retro gusto, en la que mi cuerpo pedía estabilizarse de aquel momento que pudo herirme, pero ¡Qué liquido! probablemente soy sadomasoquista, pero ¡Me ha encantado! Tom yan inundaba mi memoria, como un recuerdo permanente en mi historia, bebía una tom yan, que no olvidaré jamás.


Acompañaba este dejo de sabor con unos fideos suaves aquellos que dejan ese delicado sabor de arroz, no tengo explicación, ¡fascinante!, mezclado con un aroma de fondo del carbón, un ruido exhaustivo en el local, que no entendía, gente esperando su turno y yo extasiada, disfrutando mi momento, aquel sabor picante que me llevo a otro planeta. Cerrando su momento triunfal aparecieron unos fideos de arroz y un omelette de cangrejo, todo era tan armonioso, homogéneo, ese momento se encapsulará por siempre dejando en mi memoria un recuerdo que siempre querré recobrar.


Sorbos picantes, para una locura en mi cabeza...

"Unas letras que sin decir mucho, lo dicen todo"


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