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  • Foto del escritorPatricia Lugo

Colada la piña

¡Buenos días!, se escucha como cada mañana el cantar del gallo del vecino, mi habitación con ese peculiar frío y olor a madera, el color rosado que decidieron mis padres poner para la habitación de su “pequeña”, una vez más frente a mis ojos. A lo lejos el ir y venir de unos pasos, que seguramente será mi madre. Un televisor encendido a lo lejos, que preveo es mi hermano viendo un programa mañanero.

He dejado la mañana transcurrir, desayunamos como siempre en la cocina. Salgo al patio y observo el flujo del sol, la belleza que es sentir cómo va calentando poco a poco el hogar, haciendo que la vida cobre luz, calor y quizá un poco de viveza.


Regreso a mi habitación, abro las cortinas. Mi mirada perdida entre la ventana y el suceder de la naturaleza, en ocasiones corroe mi sensación de realidad, me hace perderme, desconectar y reflexionar, pero de pronto recuerdo que me han dejado tarea del colegio, así que me pongo a ello. Algo interrumpe mi atención, un sonido abrumador de la licuadora en funcionamiento, ¡Vaya gracia!, yo queriendo estudiar y la licuadora en su máximo esplendor.


Al abrir la puerta de mi habitación un olor penetra mi nariz, ¡mi madre esta cocinando!, ¡delicia total!, un aroma de arroz blanco camina por todos los rincones de la casa, seguido de lo que seguramente será mole verde. Probablemente cuando muera, el día antes de mi muerte pediría un plato de arroz blanco, con mole verde y no cualquiera ¡El de mi madre!, con esas tortillitas de maíz bien quemaditas en el comal, ¡Oh por dios!; no despistemos la mente de lo que realmente importa, ¿En qué estaba? ¡Ah, si!, Me dirijo a la cocina, porque, pese a la distracción del aroma, la licuadora sigue en marcha, poniendo de nervios mi cabeza, y ahí esta, mi hermanito, con su peculiar sonrisa de hoyuelos en las mejillas, tratando de que el hielo se pique en la licuadora.

Me acerco y pretendo imaginar lo que hace me siento y lo miro; ese odio inédito hacía el hermano mayor, envuelto por un cariño especial, la dualidad perfecta de hermandad: le odio, pero lo quiero, me fastidia, pero no quiero que nunca se vaya, me desespera, pero me hace reír. En fin, veo que por fin después de tantos intentos ha logrado picar el hielo, a su lado observo que tiene una piña, leche de coco, azúcar, lechera, ¿Qué pretende?, unas sombrillas pequeñas en un palillo y unas cerezas que están por ahí en una tabla. Mi madre lo observa con esa mirada intrépida de risa pícara, en la que sabe que algo saldrá no del todo bien.

¡Ay esos días!, esos días de estar en la cocina todos juntos, cada uno con en su tema, pero todos juntos. Detener el tiempo en los recuerdos es una cualidad perfecta del ser humano, pero si pudiese ser capaz de disfrutarlos en su máximo esplendor, quizá los recuerdos no serían tan importantes.

Escucho de fondo la risa macabra y risueña de mi hermano, algo esta pasando y creo pensar que el complot de mi madre y él es hacía mi. Le grito mientras observo sus pasos, “colada la piña”, tras un tiempo nos sienta a mi madre y a mi, y coloca en frente de nosotros un vaso largo con una mezcla amarillenta clara y una sombrillita de decoración, un trozo triangular cortado de piña en la esquina del vaso y su respectiva cereza.


Una piña colada perfecta para ese fin de semana en familia, le ha colocado también una “pajita, popote” (cómo el lector lo prefiera). Y ahí voy, sorbo poco a poco, y ¡Madre mía! ¿Qué es esto?, a entrado por mi cerebro el frío, lo ha dejado un poco noqueado y a su vez una sensación de dulzor que no ha tardado ni tres segundos en sentir que recorría todo mi cuerpo, mis ojos han quedado bien abiertos, mi risa quiere salir a la vez que trato de contener el liquido que me resta en la boca, para no tratar de escupirlo. Estoy aguantándome la risa, mi hermano por detrás no para de reír, mi madre tratando de contenerse, “la piña colada más dulce del mundo”; Es que era de esperarse, ya que, a mi hermano en su adolescencia, le gustaba beberse el café con tres cucharadas de azúcar, si podía le añadía casi cinco. ¡Qué locura de piña colada! o de dulce de piña, lo que se explique mejor a aquel momento.

Ha dejado en mi cuerpo una sensación de hiperactividad, quiero salir a correr, subir, bajar las escaleras, gritar, reírme, perseguir a mi hermano. “El azúcar una droga perfecta para una infanta ya de por sí un tanto activa”.

Después de un par de horas que mi cuerpo decidió anular la sensación de azúcar en sus venas, extasiada por el momento y con el estomago adolorido de tanto reír, subo a mi habitación que deja percibir un ambiente un tanto frío por el clima y me tumbo en la cama, algo así como queriendo simular a un angelito en la nieve. Mi vista ve al techo de madera blanca, y me pregunto ¿Dónde habrá sacado la idea mi hermano?


¡Por supuesto!...

La tradición mexicana te dice que de niño siempre hay que viajar en familia, “todos juntos como muéganos”, (para el lector que no sepa qué es un muégano, es un dulce hecho con trocitos cuadrados de harina de trigo fritos, pegados unos con otros todos juntos con miel, formando una esfera). ¡si!, siempre todos juntos, a donde sea, pero todos juntos. Naturalmente los mejores destinos para esta situación, es un lugar en la playa, para que todos nos divirtamos, pero en un lugar seguro, y qué mejor que un hotel “all inclusive”, donde todos pueden hacer lo que quieran.



Estos hoteles en vacaciones familiares, son digamos algo así como el momento perfecto para ponerte el bañador (traje de baño), y salir corriendo de la habitación del hotel a la alberca (piscina), y aventarte de un clavado. Mientras que tu madre, baja con el bolso, las toallas, y se sienta a un lado en una camilla a observar y relajarse. Momento perfecto en el que el cuerpo de un buen mexicano amerita un sorbo de dulzor y frescura, y ¿por qué no? si es para un adulto, con ron, -Mesero, ¿Me podría traer una piña colada? - Frase de mi madre, rutinaria de unas vacaciones en familia, pero la de ella: -Sin alcohol, ¡Gracias! -

Divinas vacaciones, ¡mágicas!, recuerdos memorables en los que no podía faltar la visita por las noches de la programación del teatro que tienen dentro del hotel, y a decir verdad, cada día comer en el buffet, todo lo que te quepa en el estomago. Lo cual debo admitir que mi hermano se lo tomaba muy enserio.

Momentos mágicos, que se reflejan a través de una sonrisa en mi rostro, desde mi escritorio, unos veinte años después. Imaginando estar ahí juntos, los tres …

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